¡Qué cosa la pena ajena! Uno espera de sus líderes dirección, modelaje, guía, ejemplo, estándares y desempeños que acompañen su discurso… ¿cómo explicarlo? ¡Congruencia! Más pronto que tarde llega ese día en que ya no esperas, ya no crees, ya no confías.
Ese es el día en que te has rendido a la triste epifanía del cuán descarado resulta que los demás se atrevan moralmente a cuestionar a quien asume con gracia sus consecuencias y, a punta de constancia, se eleva por encima de ellas sin mayor victimismo, mientras ellos confían en que su posición los amparará no sólo de ser cuestionados sino, ¡qué osadía siquiera inferirlo!, del tener que rendir cuentas por sus carencias.
En este triste juego de roles y expectativas, se creen “mejor ocupados”, ajenos de cumplir lo que a otros solicitan, blindados ante la necesidad de aplicarse su misma receta. No caen en cuenta de que al final, la tierra en la que depositen las cenizas de su reputación, es exactamente igual a la de quienes tan ingenuamente creyeron liderar.
Como le gustaba parafrasear a una querida amiga: “Nadie te ha hecho nada. Tus expectativas te han herido”. Por lo pronto y en lo que me recobro, tres vítores al desencanto!