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䷉ Palabras, palabras, palabras…

sábado, 11 de julio de 2015

El solaz de mi lectura matutina se ha visto interrumpido al leer el siguiente titular argentino: «Inicio Instructorado de Pilates a Distancia.»

Tal cual fue escrito, el artículo continúa describiendo que «todas los docentes de Pilates Zone son Profesionales Licenciados de Kinesiologia y/o Educación Física e Instructores Universitarios de Pilates de la Universidad Nacional de Córdoba. 11 años formando instructores, 4000 egresados de nuestra institución, nos convierten en la Escuela más tradicional de Argentina, y hoy te brindamos la posibilidad de capacitarte con la mayor facilidad».

¿Cuántos problemas de redacción y gramática identificó usted? Sin embargo, ahondemos en el más grave. Al hacer una búsqueda en Google, aprendí que existen 131,000 páginas que utilizan el vocablo «instructurado»; principalmente, para referirse a la certificación del desarrollo de habilidades como el yoga, la aptitud física (fitness), el Pilates, el Tai Chi, la meditación, la natación, la tabla a vela (windsurf), entre muchas otras. Del baile ni hablemos; nuestro mundo ya cuenta con «instructorados» que abarcan desde el pole dancing hasta el rock and roll.

No sé qué me horrorizó más. Si la aberración lingüística o la aberración humana. Para quienes se asusten por mi escogencia de este sustantivo, aberración significa un grave error del entendimiento.

El ambicioso vocablo «instructorado» no existe en el Diccionario de la Real Academia Española. La palabra correcta es «instrucción», cuyos tres primeros significados son acción de instruir, caudal de conocimientos adquiridos y curso que sigue un proceso o expediente que se está formando o instruyendo.

Pero una mera instrucción parece no solventar la absurda necesidad social de figurar y compararse unos con otros. De encontrar ese algo que nos pondrá por encima de los demás y nos dará mayor reputación y prestigio.  

“Ah! una certificación”, pensé yo. Ese documento en que se asegura la verdad de un hecho, como bien lo define la Academia. Presumo que en aquello de dar al César lo que es del César, una certificación se asocia con nacimientos, primeras comuniones, matrimonios y defunciones, por mencionar algunas de las etapas personales de un individuo (¿será que Jesucristo cuenta con una certificación en resurrección?) o para la certificación irrefutable de competencias, por lo que tampoco pareció apropiada su selección para este caso. 

¿Qué tal un diploma? Sí; diploma! El término diplomado, como lo conocemos en el ámbito educativo, también resulta ser incorrecto (ni esto puede uno aprender bien en una universidad) ya que el «diplomado» es uno, el que obtiene el diploma y no el diploma per se que uno obtiene. En la clasificación del conocimiento, ¿en dónde queda entonces ubicado el susodicho «instructorado»? Como una acreditación. Ese documento que acredita la condición de una persona y su facultad para desempeñar determinada actividad o cargo. 

La pregunta que me hago, ya casi aburrida del tema es si quienes acuñaron tal desacierto habrán considerado que utilizar el término correcto sería considerado una burda exageración en contraste con el básico contenido de su oferta de formación. Después de todo, aquí estamos es a la caza de prestigio, ¿o no?

Al final concluyo que es absolutamente cierto que el papel aguanta cuanta estupidez se nos ocurra, pero que la estupidez no la encubre empapelado alguno.

Posdata, la estupidez se define como “torpeza notable en comprender las cosas.”

Detalles

Fecha:
sábado, 11 de julio de 2015
Categoría del Evento:

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